lunes, 28 de enero de 2013

El Gran Cañón del Colorado


Si la madre de todas las rutas se abrió paso, por derecho propio, entre las grandes vías del mundo, atravesando los Estados Unidos de América de parte a parte, de Chicago a Los Ángeles fue, sin duda, porque a lo largo de ese monumental camino - hoy y desde la década de los 80, ya “descatalogado” como ruta oficial – se encuentra un espectacular muestrario de las características, culturas y peculiaridades que conforman este enorme país y sobre todo, porque a lo largo de su recorrido se alimentaron las esperanzas de montones ingentes de aventureros, de pioneros y de intrépidos viajeros que, aún hoy siguen – seguimos – soñando con hacer “la 66” con la misma intensidad e ilusión que debieron poner aquellos nuevos colonos de la América profunda. Indios y colonos, vaqueros y chicanos, granjeros y ganaderos, rojos irlandeses y negros afroamericanos, roqueros de tupé y botas de chúpame la punta, marines de gafas oscuras, ángeles del infierno llenos de tatuajes y chalecos de cuero sin mangas, estupendas camareras de bares de ruta y conductores de camiones de 20 ejes… todos los estereotipos clásicos del estadounidense se van dando cita a lo largo de la ruta.

Pero sin duda una causa de esta atracción radica en las cosas y los lugares que, a su paso, la 66 nos acerca a los viajeros. Grandes zonas de nieves heladas, desiertos espectaculares, ríos profundos en los que al agua se hunde desangrando a la tierra a centenares de metros de profundidad, ciudades desinhibidas en medio de la nada, donde el tiempo se detiene y el espacio es artificial; obras de la ingeniería humana más desafiante; obras de la ingeniería divina sin parangón; hamburguesas espectaculares, gasolineras de dibujos animados, moteles, música country y música Jazz, espiritual Negro y Rock & Roll de Memphis… Sensaciones que difícilmente se comprenden hasta haberlas vivido.

Los que nos embarcamos en la aventura este próximo mes de marzo tendremos la oportunidad de vivir algunas de ellas. Sin duda, atravesar ciudades míticas, como Chicago, Santa Fe, Alburquerque o Santa Mónica – las del sur de innegable sabor español – es en sí mismo un acicate indudable; desviarnos hacia el capricho hampón de las Vegas – los que la conocemos lo sabemos bien – es una oportunidad única de visitar una ciudad, extravagante y hortera hasta sobrepasar los límites de la imaginación, que se convierte en un monumento al delirio humano. Precisamente por ser tan delirante es imposible pasar de largo sin disfrutarla, pues es a la vez una ciudad muy divertida sin necesidad de jugarse un solo centavo en ella. Dedicaremos alguna entrada a esta ciudad, sin duda, ya sea antes o en ruta.

Pero, si hay un accidente natural en el camino que deber ser visitado, se emplee el tiempo que se emplee en ello, ese es sin duda el Gran Cañón del Colorado. Colorado, es el río que le da nombre y que ha excavado, a lo largo de 365 kmts. de extensión, una depresión caprichosa que alcanza los 1.600 metros de profundidad, con una anchura de entre 183 metros y ¡27 kmts.!

Durante millones de años este río empujó, erosionó, horadó, apisonó todo lo que encontró a su paso para alcanzar el mar en el Golfo de California, en una carrera inexorable que sólo él podía ganar. El viento, la nieve y la lluvia fueron sus aliados como si todos supieran lo que etimológicamente significa aventura: “a dónde me lleve el viento”.

Será sin duda una parada emocionante. Yo he tenido la oportunidad de sobrevolarlo varias veces y ya desde el aire resulta conmovedor contemplar la obra del Señor de la Naturaleza; Esta vez tocará surcarlo sobre el suelo, sobre dos ruedas, contemplando su magnitud desde el fondo mismo de la tierra o desde lo más alto de sus escarpadas terrazas y miradores.

Pero como algunos no podemos esperar, aquí dejo un enlace a una pequeña obra que ilustrará acerca de su magnitud y belleza. Ya rugen los motores….

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